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Yo te diré III

Yo te diré

Las Cruces Rojas de los Últimos de Filipinas

  

Los aniversarios provocan rastreos en la Historia que permanecían dormidos con el sabor añejo de todo aquello que late olvidado. Nadie imagina la cantidad de nombres relegados al abandono que merecen su puesto en la memoria; pero también nadie ignora que solo la literatura en su forma poética o novelesca (o el cine) es capaz de fijar esa memoria colectiva; cierto o no, su relato.

El periódico Tierra, con motivo del 120º aniversario de la gesta de Baler, quiso rastrear algún nombre en la guerra de Filipinas que no hubiera formado parte de aquel famoso asedio sufrido por Los Últimos de Filipinas; que en absoluto fueron los últimos, pues hasta muy entrado el siglo XX todavía seguían regresando a España aquellos que pudieran considerarse, de verdad, los últimos en Filipinas; pero que no hubo película, ni poema, ni novela que contara su historia. Sin olvidar que la Historia busca la verdad y el Arte la eternidad; y jamás coinciden.

Yo te diré

De entre todos los nombres que merecen ser rescatados de esa latente y dormida vida en revistas y libros especializados, que son cientos, nuestro periódico ha querido —buceando en la obra del escritor y profesor de la Academia de Infantería José Luis Isabel Sánchez, Caballeros de la Real y Militar Orden de San Fernando, editada por el Ministerio de Defensa en 2001— rescatar la increíble historia del primer caído de la Academia General en su primera época; su nombre, Luis Sans Huelin.

Recién salido de la Academia toledana, muy joven, era segundo teniente en el Batallón de Cazadores Expedicionarios nº 6. El 1 de enero de 1897 —un año antes había llegado a Filipinas—, se encontraba al mando de su sección, nada más y nada menos que en Cacarong de Silé, donde tuvo lugar uno de los mayores combates que libró el Ejército español contra los insurgentes tagalos.

La sección de Luis estaba encuadrada en la columna compuesta por 450 soldados que mandaba el comandante José María de Olaguer y Feliú. Con el alba, se inició el ataque a las parapetadas defensas de Cacarong de Silé, y que eran fuertemente defendidas por más de 2.000 enemigos atrincherados con ocho cañones.

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El asalto se inició el primer día del año 1897, con una inusitada fuerza; y desmedida fue también la defensa. Este pasado que estaba deshilachado por calladas bibliotecas fluye de nuevo hacia nosotros conforme imaginamos a la sección del segundo teniente Sans Huelin subir haciendo fuego sobre las posiciones enemigas, mientras se refugian de la metralla hostil con el movimiento, el orden de combate aprendido y los apoyos mutuos en el avance. Ya están tan cerca del enemigo que el viento les acarrea todo tipo de sonidos y voces, como si estuvieran a tiro de piedra. El teniente, con voz joven pero resuelta en el ataque, da la orden de calar bayonetas para el asalto final. En ese momento es herido, él cree que en el hombro, en una pierna y quizá en la cadera. Como no puede levantarse por sí mismo, le pide a un compañero que lo ayude a ponerse en pie para proseguir el ataque arengando y dando fuerzas a su sección.

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Y esa es la imagen que queda para la memoria: la del joven segundo teniente Luis Sans Huelin apoyado en un compañero, que puede ser un soldado, cuyo nombre este periódico no ha conseguido averiguar. Ese camarada que en el combate agarra el cuerpo dolorido de su jefe y, rodeando con sus manos la carne herida, obedece la orden de su segundo teniente para que pueda seguir con el alma completando el asalto mientras arenga y llama a la bayoneta a toda su sección, que ve cómo su jefe, ayudado a caminar por un compañero y malherido, sigue llevándolos hasta el combate sin desfallecer. Mientras, las defensas de Cacarong de Silé continúan vomitando fuego parapetadas en las trincheras.

Están a un paso de llegar a la bayoneta, cuando Luis recibe un disparo mortal en su pecho y cae muerto en el acto. Ojalá que alguien que lea estas líneas pueda decirnos quién era el soldado que llevó en volandas hasta la cima de Cacarong a su teniente, y si los mismos disparos que acabaron con la vida de Luis Sans terminaron también con la suya. Dos valientes, uno malherido que pidió seguir yendo al ataque y otro que obedeció esa orden, cuando la lógica pedía otros cuidados para su segundo y joven teniente. La sección llega hasta las trincheras, salta sobre el enemigo y a golpe de bayoneta consigue desalojarlo. Todos saben que, sin la fuerza que les dio su teniente y sin ese compañero que, cargándolo, lo llevó en volandas, no hubieran conseguido esa victoria. Dos hechos que hicieron grande a una sección que pertenecía al Batallón de Cazadores Expedicionarios nº 6, dos hombres, dos soldados que juntos, uno apoyado en el otro, continuaron el asalto hasta el final.

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Por su heroico comportamiento, al segundo teniente Luis Sans Huelin se le abrió juicio contradictorio para la concesión de la Cruz de San Fernando de 2ª Clase, Laureada, que obtendría por Real Orden de 18 de septiembre de 1900.

El 18 de noviembre de 1919, en la Academia de Infantería de Toledo, situada en su Alcázar, sus compañeros de promoción le hicieron un homenaje, presidido por el rey Alfonso XIII, quien descubrió una lápida en su honor: Al segundo teniente D. Luis Sans Huelin, primer oficial de la actual Academia de Infantería muerto gloriosamente en el campo de batalla. Sus compañeros de procedencia. Noviembre 1919.

Seguramente, el segundo teniente Luis Sans Huelin situaría junto a esa lápida otra, que a él le parecería más importante, con el nombre del soldado que lo llevó en volandas a la cima de Cacarong de Silé: Al compañero que, obedeciendo mis órdenes hasta el final, me ayudó a llevar mi cuerpo y mi alma a cumplir con la última misión.